2 ene 2017

La malvada abuela del tranvía




Sucedió en el tranvía una tarde de un sábado cualquiera de diciembre. Una madre accedía a uno de los vagones con cierta dificultad. En una mano sostenía a su inquieta hija, una niña de apenas seis años y en la otra llevaba su triciclo.

La madre sentó a la niña y se mantuvo de pie frente a ella para atenderla y durante el trayecto. Pronto la niña desató su desconsuelo ya que quería ir en la parte del tranvía que une los vagones, esa plataforma circular o “acordeón”. Supongo que la niña quería disfrutar de los movimientos de esa parte del tranvía durante el trayecto.

La madre, muy asertiva, le dijo que no podía ir ahí y que tenía que ir sentada junto a ella. La niña comenzó a llorar y en pocos segundos su llanto invadió todo el tranvía. La madre, a duras penas, trataba de evitar su llanto, reprendiéndola primero y con explicaciones luego. Pero el llanto no cesaba.

Fue entonces cuando una señora mayor, de unos setenta años que no había perdido detalle de toda la escena decidió intervenir. La señora iba elegantemente vestida con un abrigo y un collar de perlas, como de la pandilla de amigas de María Teresa Campos en el reality de Telecinco. Parecía toda una marquesa.

El discurso de la señora fue directo, rápido y por la respuesta de la niña eficaz, ya que dejó de llorar al instante.

“Mira, tú vas sentada ahí porque es donde van las niñas guapas. En la parte de delante van las niñas y los niños feos. Y tú eres guapa”  Y al pronunciar la parte de “las niñas y los niños feos”  acompañaba la expresión poniendo gesto como de asco.

La niña calló fulminantemente, luego se quedó pensativa y ya no dijo nada más en todo el trayecto.

Aparentemente, alguien podría decir algo así como “Qué mano izquierda tuvo la señora para poner fin al llanto de la niña”. Yo iría más allá para verlo de otra forma: “Agüita con la frase de abuela”.

Baje del tranvía pensativo y no pude evitar acordarme del trabajo de la posible profesora de primaria de la niña. Todo su trabajo de su programación semanal echada a perder por un comentario poco acertado en el tranvía. Me la imagino el domingo por la tarde preparando las clases: “Esta semana haré un juego con los niños para demostrarles que todos somos iguales y que la belleza está en el interior” Sí, todo el trabajo echado a perder por culpa de la abuela nazi, que piensa que hay una zona para los feos y otra para los guapos.

Lo cierto es que queriendo o no la señora le estaba metiendo en el mensaje a la niña de que ella era diferente, especial y que ser fea o poca agraciada no solo era algo físico, sino que merecía una parte diferente en el tranvía. Puedes pensar que exagero, pero si te paras a pensar, ese mensaje repetido en la conciencia infantil puede generar adolescentes creídos y prepotentes.

Me dio por pensar luego qué sería de esa niña en unos años. Me la imaginé riéndose de los compañeros menos agraciados, caprichosa y despectiva con sus amigas y presumiendo en el club social de su último teléfono movial. Ya de adolescente la imaginé conduciendo su Audi y señalando con su dedo índice a los pasajeros del tranvía poseída por las carcajadas. Luego, ya de adulta trataría de la manera más déspota posible, al más puro estilo de Maria Teresa Campos y Terelu, al personal del servicio doméstico. Votaría al PP y se reiría de los sindicatos, del PSOE y de PODEMOS. Incluso podría llegar más lejos, iría cada tarde al bingo, a tomarse unas pastas con sus adineradas amigas  y ahí pasarían la tarde chismeando y riendo, contándoles como un iluso trabajador por cuenta ajena pretendió invitarlas a cenar. Porque ella, ¡que quede bien claro! solo sale con Borjamaris.

Y todo ello por culpa de la puta vieja del tranvía.


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