Sucedió en el tranvía una tarde
de un sábado cualquiera de diciembre. Una madre accedía a uno de los vagones
con cierta dificultad. En una mano sostenía a su inquieta hija, una niña de
apenas seis años y en la otra llevaba su triciclo.
La madre sentó a la niña y se
mantuvo de pie frente a ella para atenderla y durante el trayecto. Pronto la
niña desató su desconsuelo ya que quería ir en la parte del tranvía que une los
vagones, esa plataforma circular o “acordeón”. Supongo que la niña quería
disfrutar de los movimientos de esa parte del tranvía durante el trayecto.
La madre, muy asertiva, le dijo
que no podía ir ahí y que tenía que ir sentada junto a ella. La niña comenzó a
llorar y en pocos segundos su llanto invadió todo el tranvía. La madre, a duras
penas, trataba de evitar su llanto, reprendiéndola primero y con explicaciones
luego. Pero el llanto no cesaba.
Fue entonces cuando una señora
mayor, de unos setenta años que no había perdido detalle de toda la escena
decidió intervenir. La señora iba elegantemente vestida con un abrigo y un
collar de perlas, como de la pandilla de amigas de María Teresa Campos en el
reality de Telecinco. Parecía toda una marquesa.
El discurso de la señora fue
directo, rápido y por la respuesta de la niña eficaz, ya que dejó de llorar al
instante.
“Mira, tú vas sentada ahí porque es donde van las niñas guapas. En la
parte de delante van las niñas y los niños feos. Y tú eres guapa” Y al pronunciar la parte de “las niñas y los niños feos” acompañaba la expresión poniendo gesto como de
asco.
La niña calló fulminantemente,
luego se quedó pensativa y ya no dijo nada más en todo el trayecto.
Aparentemente, alguien podría
decir algo así como “Qué mano izquierda
tuvo la señora para poner fin al llanto
de la niña”. Yo iría más allá para verlo de otra forma: “Agüita con la frase de abuela”.
Baje del tranvía pensativo y no
pude evitar acordarme del trabajo de la posible profesora de primaria de la
niña. Todo su trabajo de su programación semanal echada a perder por un
comentario poco acertado en el tranvía. Me la imagino el domingo por la tarde
preparando las clases: “Esta semana haré
un juego con los niños para demostrarles que todos somos iguales y que la
belleza está en el interior” Sí, todo el trabajo echado a perder por culpa
de la abuela nazi, que piensa que hay una zona para los feos y otra para los
guapos.
Lo cierto es que queriendo o no
la señora le estaba metiendo en el mensaje a la niña de que ella era diferente,
especial y que ser fea o poca agraciada no solo era algo físico, sino que
merecía una parte diferente en el tranvía. Puedes pensar que exagero, pero si
te paras a pensar, ese mensaje repetido en la conciencia infantil puede generar
adolescentes creídos y prepotentes.
Me dio por pensar luego qué sería
de esa niña en unos años. Me la imaginé riéndose de los compañeros menos
agraciados, caprichosa y despectiva con sus amigas y presumiendo en el club
social de su último teléfono movial. Ya de adolescente la imaginé conduciendo
su Audi y señalando con su dedo índice a los pasajeros del tranvía poseída por
las carcajadas. Luego, ya de adulta trataría de la manera más déspota posible,
al más puro estilo de Maria Teresa Campos y Terelu, al personal del servicio doméstico.
Votaría al PP y se reiría de los sindicatos, del PSOE y de PODEMOS. Incluso
podría llegar más lejos, iría cada tarde al bingo, a tomarse unas pastas con
sus adineradas amigas y ahí pasarían la
tarde chismeando y riendo, contándoles como un iluso trabajador por cuenta
ajena pretendió invitarlas a cenar. Porque ella, ¡que quede bien claro! solo
sale con Borjamaris.