El
amor no exige sacrificio.
El amor, qué
palabra más denostada. Es increíble la facilidad con la que la gente acepta que
el amor debe de ir acompañado de sacrificio, que una relación supone renuncia y
que es necesario un sacrificio de ambos miembros para que la relación pueda
tener continuidad en el tiempo.
Para mí esto
no es más que un exponente de lo denostada y mancillada que tenemos la palabra “amor”. Para mí, el amor real es
comunión y expansión, y el amor en sí no puede ir acompañado de sacrificio. El
sacrificio implica renuncia, implica limitación y para mí el amor no puede ser
limitado, contingente y finito, sino que es una energía de expansión.
Lo grave, no
es que después de una larga convivencia, o la existencia de prole, no nos quede
más remedio que renunciar a nuestra libertad individual en aras del bien común,
lo cual es hasta lógico y necesario, ya que si no renunciáramos a ciertas cosas
materiales y a nuestro tiempo, difícilmente íbamos a poder tener hijos. No
obstante, cuando les preguntas a los padres lo que para ellos supone esta
renuncia, sonríen, dan por bien empleadas las horas de sueño perdidas, las
noches en vela y los sábados en casa a las 20:00. Dan por bien empleadas todas
sus renuncias si eso supone un bienestar para sus pequeños. Altruístamente dan
sus vidas por una causa mayor, que son sus hijos. Eso es fantástico, ya que los
niños por sí mismos no se valen, son individuos dependientes de sus padres, al
no tener recursos propios para hacer frente a la vida.
La cuestión es
cuando entre dos adultos se da por zanjado que la relación va a estar marcada
por el sacrificio. Algo tan normal y aceptado en la sociedad actual. Un
compromiso implica sacrificio. Y digo yo? ¿Cómo el amor entre adultos que se
relacionan desde la igualdad puede suponer renuncia o sacrificio?
Quizás en el
plano de renuncia a sexo con otras personas, aunque desde que he descubierto
que las personas establecemos vínculos energéticos con la persona con la que
tenemos sexo que pueden durar años y que el acto sexual es una manifestación
suprema de la energía de la creación que debe tratarse con sumo respeto y
compartirse con alguien a quien realmente amamos. Tampoco entiendo muy bien,
cuando elevamos el acto sexual de sexo a hacer el amor. No comprendo en ese
plano, como puede haber renuncia, quizás por mi condición de mujer, pero de mi
no nace esa entrega más que con una persona.
Asimismo la
renuncia en cuanto a gustos y aficiones, me parece absurda porque si bien puedo
compartir mi vida con alguien que tenga aficiones distintas, soy libre de
disfrutar sola mis hábitos sin renunciar a nada y cuan enriquecedor, retornar
posteriormente a la pareja y compartir el fruto de esas experiencias sin que
ninguno de los dos tenga que renunciar a nada.
¿Renunciar a
qué? A mi propio espacio? Si compartir con alguien mi espacio, supone
renunciar, hagámonos un favor a nosotros mismos dejando una habitación o un
lugar que sea un espacio sagrado para cada uno de los miembros de la pareja. Un
espacio que el otro no pueda invadir ni ultrajar y sintámonos soberanos de
nuestro espacio, aun dentro del marco de compartir vivienda.
¿Renuncia en
qué plano? ¿Las familias? Si bien en ocasiones la imposición mutua de las
familias es un engorro, siempre debería de haber espacio a la asertividad, de modo
que la influencia temporal de ambas familias fuera limitada en el tiempo en
caso de ser percibida como incómoda por alguno de los miembros.
La cuestión es
que yo no veo la necesidad de sacrificio por ningún lado, de hecho encarar la
relación con el componente de sacrificio ya implica por si mismo que me
identifico como un ser carente que necesita al otro para su plenitud, luego
como necesito, estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para que el otro
pueda cubrir esa necesidad. Es decir tengo miedo que si no cedo el otro se vaya
dejándome de nuevo como el ser carente que soy, (o más bien el ser carente con
el que me identifico y creo ser).
De modo que
hago lo que sea menester para asegurarme que el otro está a mi lado. En fin,
lamentable e inmaduro modo de relacionarnos, que nos convierte en individuos
dependientes y vulnerables.Lamentable, pero real y común en un amplio
porcentaje de las parejas. Y son de esas creencias populares que todos
compramos y mantenemos arraigadas en el acervo popular, esas creencias que nos
limitan y no nos ayudan, con la que las madres educan a sus hijas en la
importancia del sacrificio, incluso se considera un concepto elevado y los
padres cuentan a sus amigos las razones por las que “aguantan” en una relación
de pareja.
Lo único que
sostiene la necesidad de sacrificio es la culpabilidad interna que siento por
no creerme merecedor de nada mejor así que me sacrifico para mantener lo que
tengo. Triste pero cierto, por muy aceptado que esté socialmente.
El término “amor” o el “amor real” ya quedó olvidado allende los mares en un mundo en el
que los individuos se relacionaban de forma madura e independiente, sin sacrificios.
Covadonga Pérez-Lozana
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