Septiembre nos ha trae el mejor de los regalos. Tras dos semanas de clase Camila disfruta yendo al cole.
El camino de ida en coche desde la Avenida Venezuela hasta el colegio San Fernando se ha convertido en un auténtico placer. Muestra un entusiasmo increíble por llegar y al hacerlo después de tirarse un par de veces por el tobogán de la plaza se pone en la fila y aplaude cuando abren la puerta de entrada.
Y luego se va con Sonia, su maestra, que sale a buscarla a las escaleras. Le despedimos y ni siquiera se percata de que nosotros nos quedamos fuera. Nada le importa más que sus 19 pequeños amigos.
Y ahí se va alejando, con su pequeña autonomía recién estrenada.
Luego a mamá y papá nos toca la vida adulta, preparar cursos, revisar papeles, tramitar documentación y en definitiva, cotizar.
Pero todo se detiene hacia el mediodía para ir a recogerla. Para abrazarla y preguntarle (o más bien interrogarle) cómo le fue en el comedor. Y luego abrir su mochila y su al tupperware para tener el indicio claro de que ha desayunado.
Y en esa mezcla de preocupaciones y satisfacciones, la vida sigue con esta maravillosa de que todo sigue el curso (nunca mejor dicho) esperado.
