Ana Navarro, cofundadora de Espacio Desafío vuelve a intervenir como ponente en esta edicón. Esta vez nos hablará sobre la inteligencia emocional en el ámbito empresarial.
Ana Navarro ¿Mejores habilidades, mejores
profesionales?
Sin duda. Cuando
David Hernández y yo nos planteamos
una temática para la tercera edición, coincidimos en la importancia de las
habilidades para la mejora profesional. En esta ocasión nos centraremos sólo en
algunas de ellas, pero es cierto que da para varias jornadas de Espacio Desafío. Siempre con el mismo
espíritu que nos caracteriza, la sencillez y el carácter práctico de nuestras
charlas.
¿Qué aprenderemos en tu charla?
Sobre el
concepto de Inteligencia Emocional todos tenemos alguna idea. Creo que es
interesante analizar algunas de estas creencias populares y reflexionar sobre
su grado de veracidad. A partir de ahí, es fundamental buscar su aplicación en
el mundo laboral.
Da la impresión de que el Cociente Intelectual
se ha convertido en el malo de la película
Si, es
cierto que a veces se siente la tentación de referirse al CI como un concepto
obsoleto y contrapuesto al de IE. Cuando en realidad, aunque diferentes, se
complementan perfectamente.
Hay que
reconocer que la IE tiene muy buena prensa y abre un abanico de posibilidades
que el CI no ofrece. Se puede ser superdotado pero muy inseguro y por tanto
quedar a la sombra de personas con grandes habilidades y un coeficiente intelectual
modesto.
¿Lista o empollona?
Pertenezco
a una generación a la que se premiaba por lo segundo, pero afortunadamente
nuestra Inteligencia Emocional puede mejorar a lo largo de la vida, no es algo
rígido. La madurez, las experiencias, el cómo las procesamos y lo que
aprendemos de ellas, puede hacernos a todos más listos y convertir ese
"o" en un "y". No digo que se trate de crear superhombres o
supermujeres. No es necesario el diez en todo.
La Inteligencia Emocional es descrita con
frecuencia como el elemento clave de nuestro éxito en el trabajo. Pero a la vez
se nos insiste en la necesidad de hacer méritos intelectuales.
Es cierto.
Pero ¿de qué nos va a servir una colección de títulos y diplomas si luego no
somos capaces de empatizar, liderar o gestionar nuestras emociones?. Estas
cuestiones sí que acaban pasándonos factura en nuestro día a día.
En mi
experiencia con responsables y jefes de departamentos he visto como apostaban
por personas con alta inteligencia emocional y pocos títulos. Mientras no
resultaban tan benevolentes en los casos contrarios.
Por último, ¿algún consejo práctico?
Cuando
pensamos en una situación y las emociones que generó en nosotros. ¿Hablamos en
términos de bien y mal o manejamos términos como alegría, satisfacción, placer,
orgullo, tristeza, congoja, nostalgia, decepción? Es decir, ¿somos hábiles en
el reconocimiento de las emociones, captamos los matices o nos resulta complicado?.
Esto nos da una idea de nuestra autoconciencia emocional, un elemento clave de
la IE.