Me apetecía contar una historia que ocurrió allá por el año 1998. No es por rencor, rabia ni por nada en especial. Tan sólo que esta anécdota de ser el dudoso honor de ser mi primer disgusto laboral y con la perspectiva que da el tiempo entiendo que era una situación perfectamente evitable.
Recién acabada la carrera de Económicas me incorporé a las oficinas de una cadena de supermercados. En principio iba a ayudar al departamento de pagos, si bien en la entrevista inicial había comentado además mi disponilbilidad para colaborar en los procesos de selección de personal.
Aún lo recuerdo, iba a comenzar a cobrar 60.000 pesetas mensuales. A los 15 días se comenzó a organizar un proceso de selección de personal dado que estaba prevista la apertura de un nuevo supermercado en la isla. Entonces me llamó el jefe y me dijo que había pensado en que por la mañana trabajara en el departamento de pagos y que por la tarde estaría en las entrevistas a candidatos ayudándole a seleccionar.
Me alegró enormemente la noticia. Además, dado que ahora tendría mas trabajo me ofreció cambiar mi categoría profesional al peldaño inmediatamente superior, ahora cobraría 71.000 pesetas, cosa que también me alegró , no tanto por el dinero como por el reconocimiento que ello suponía.
Sin embargo, no iba a ser todo felicidad. En el departamento había clima de crispación y tenía un superior que se rumoreaba que iba a ser despedido y que estaba todo el día transmitiendo su enfado con la empresa, su mala energía y demás. Él era además quien además recibía las nóminas para su revisión, un detallito muy importante.
Un día por la mañana al llegar tuve una desagradable sorpresa. Era las 7.45 y alrededor de su mesa había un corrillo de 5 trabajadores y en el centro de la mesa la pila de nóminas recién llegadas de la asesoría para su revisión. El montón de nóminas estaba abierto por una nómina en partícular: sí, la mía.
La explicación de lo acontecido era sencilla: había visto mi nómina con el cambio de categoría y se lo estaba comunicando a los demás trabajadores. ¡Buen rollito! ¡A cebarse con el nuevo!
Y a continuación un comentario de muy mala leche: "Explícanos esto".
Supongo que me sorprendió desprevenido y tan sólo acerté a responder "no tengo nada que explicar, pregúntaselo si quieres al jefe". Tal vezhoy, con 40 años le hubiera mandado a la mierda.
Imagino que de haber pasado hoy con la sensibilidad que hay con la protección de datos se le hubiera caído el pelo, pero en aquella época ni siquiera entendía que podría ser algo ilegal. Tan "sólo"era algo que demostraba una falta clarísimade ética .
El tiempo pasó y nunca conté esto a nadie, ni compañeros, ni jefes. Lo callé y aún no entiendo el porqué.
Meses después se cumplió lo que era un secreto a voces: fue despedido.
Con el tiempo el destino (¿o el maldito destino?) quiso que coincidiéramos durante un tiempo en una entidad pública. El se había sacado la plaza y ahora durante un tiempo ibamos a trabajar en el mismo sitio. Afortunadamente, su puesto no tenía que ver nada ahora con las nóminas.
Me llamó la atención que pese a que ese trabajo era ahora un sitio público y no era una empresa privada "de mierda" como la anterior, seguía contemplando cierto aire de "amargadillo". Tal vez no era el trabajo lo que le había amargado en su momento sino que quizás ya venía amargado de nacimiento.
Durante un tiempo nos vimos en la cafetería del trabajo, nos saludábamos y a mi mente venía automáticamente el incidente desagradable de las nóminas. Nunca se lo eché en cara, tal vez porque me daba más vergüenza ajena a mi comentarlo que vergüenza propia a él. También es cierto que nunca me pidió perdón. A veces pienso que si no lo ha pedido no es por maldad ni nada raro, sino porque ni siquiera es consciente de que fue algo bochornoso para mí. Y eso sí que me da miedo, la inconsciencia, mucho más que hacer público una nómina.
